lunes, 15 de febrero de 2016

Sobre capataces, costaleros y cofrades

 
 
1.    ¿Qué virtudes esenciales ha de tener un capataz y costalero hoy?
2.    Y ¿qué peligros y desviaciones ves tú en la costalería actual?
3.    ¿Cuál es el ángulo de visión de la gente al ver pasar un paso?
Ü ¿Existen capataces que se creen estrellas de Hollywood?
Ü ¿Existen hoy los tontos del costal y los tontos del martillo?
La gente no mira a las imágenes: baja la vista al suelo, al faldón, a ver cómo echan el izquierdo por delante. Cuando los costaleros toda la vida de Dios estuvieron donde debían: debajo el paso, ocultos, anónimos, y no dando barzones por Sevilla con el costal puesto que les tapa los ojos, de exhibición de músculo de gimnasio y postureo.

¿Religiosidad popular o secularización de la fe?

Las hermandades, o cofradías, ya sean de penitencia, gloria o sacramentales, son entidades reconocidas por el derecho canónico. Y para su constitución se ha de recorrer un itinerario que, sobre el papel, parece ofrecer plenas garantías de que sólo serán reconocidas como tales las que, inicialmente formadas como asociaciones de fieles, estén administradas por fieles católicos con una vida sacramental y compromiso pastoral coherentes.
-      El problema está en el fondo: los itinerarios de formación no coinciden con la formación en los itinerarios
-      No hay vida sacramental mínima, la que exige la Iglesia a todo bautizado en uso de razón. En las juntas de gobierno de hermandades y cofradías se encuentran personas que no van a Misa los domingos ni confiesan al menos una vez al año. Es muy común encontrar parroquias donde aparecen estas personas solo en tiempo de cultos.
-      No hay compromiso eclesial mínimo, lo que la Iglesia pide como normal y natural a todo bautizado en uso de razón. Se hace una curiosa separación entre «parroquia» y «hermandad»
-      En Sevilla, mi diócesis, puede haber, aproximadamente, un tercio de la población inscrita en hermandades. Y la práctica dominical se sitúa en torno al 7% de esa población.
-      Cuando una cofradía se sabe fuerte en número de miembros, y a la vez constata que su convocatoria llena el Templo cuando no la del párroco, entonces se convierte en un «poder» que presiona a la autoridad parroquial para ser favorecida por ésta.
 
Autor: Santiago González, sacerdote de la Archidiócesis de Sevilla