1. ¿Qué virtudes
esenciales ha de tener un capataz y costalero hoy?
2. Y ¿qué peligros
y desviaciones ves tú en la costalería actual?
3. ¿Cuál
es el ángulo de visión de la gente al ver pasar un paso?
Ü ¿Existen capataces
que se creen estrellas de Hollywood?
Ü ¿Existen
hoy los
tontos del costal y los tontos del martillo?
La gente no
mira a las imágenes: baja la vista al suelo, al faldón, a ver cómo echan el
izquierdo por delante. Cuando los costaleros toda la vida de Dios estuvieron
donde debían: debajo el paso, ocultos, anónimos, y no dando barzones
por Sevilla con el costal puesto que les tapa los ojos, de exhibición de músculo de
gimnasio y postureo.
¿Religiosidad popular o secularización de la fe?
… Las hermandades, o cofradías, ya sean de penitencia, gloria
o sacramentales, son entidades reconocidas por el derecho canónico. Y para su
constitución se ha de recorrer un itinerario que, sobre el papel, parece
ofrecer plenas garantías de que sólo serán reconocidas como tales las que,
inicialmente formadas como asociaciones de fieles, estén administradas por
fieles católicos con una vida sacramental y compromiso pastoral coherentes.
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El problema está en el
fondo: los itinerarios de formación no coinciden con la formación en los
itinerarios…
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No hay vida sacramental
mínima, la que exige la Iglesia a todo
bautizado en uso de razón. En las juntas de gobierno de hermandades
y cofradías se encuentran personas que no van a Misa los domingos ni confiesan al
menos una vez al año. Es muy común encontrar parroquias donde aparecen
estas personas solo en tiempo de cultos.
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No hay compromiso eclesial
mínimo, lo que la Iglesia pide como
normal y natural a todo bautizado en
uso de razón. Se hace una curiosa separación entre «parroquia» y «hermandad»
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En Sevilla, mi
diócesis, puede haber,
aproximadamente, un tercio de la población inscrita en hermandades. Y la práctica
dominical se sitúa en torno al 7% de esa población.
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Cuando una cofradía se sabe fuerte en número de
miembros, y a la vez
constata que su convocatoria llena el Templo cuando no la del párroco, entonces se convierte en un «poder» que
presiona a la autoridad parroquial para ser favorecida por ésta.
Autor: Santiago González, sacerdote de la Archidiócesis de Sevilla