domingo, 15 de noviembre de 2015

Evangelio del trigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario

 
Evangelio según San Marcos 13,24-32.
En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar,
las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.
Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.
Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
 
Comentario del Evangelio por: San Efrén (c. 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia.
Comentario sobre el evangelio, o Diatessaron 18,15; SC 121 (Cf breviario,  jueves, I semana de Adviento)

“A la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.”
    Para evitar cualquier pregunta indiscreta sobre el momento de su venida, Jesús declara: “En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.” (Mt 24,36) y en otro lugar: “No os toca vosotros conocer los tiempo o momentos que el Padre ha fijado con su poder.” (Hch 1,7) Nos lo ha escondido para que estemos en vela y que cada uno de nosotros pueda pensar que esta acontecimiento se realizará durante su vida. Si nos hubiera revelado el momento de su venida,  su vuelta sería en vano: las naciones y los pueblos en los que se verificará, no lo desearían. El ha dicho que volvería, pero no ha precisado el momento. Así, todos los pueblos y generaciones y todos los siglos tienen sed de él.

    Es cierto que ha dado a conocer los signos de su venida, pero no se ve su término. En el constante cambio en que vivimos, estos signos ya han tenido lugar y al mismo tiempo perduran. Su última venida es, efectivamente, parecida a la primera. Los justos y los profetas deseaban la primera venida; pensaban verlo en sus días. Así mismo, hoy cada uno de los fieles en Cristo desea acogerlo en su propio tiempo, tanto más que Jesús no ha dicho claramente el día de su aparición. Así, nadie puede creer que Jesús está sometido a la ley del tiempo, a una hora concreta, él que domina los números y los tiempos.